Tuesday, February 21, 2006

Historias sobre dos ruedas II

Nadie dijo que andar en bici sería fácil. Y aunque no me quejo porque ha sido mejor de lo que pensé, las anécdotas se suceden a diario, entre las cuales debo contar al menos dos ocasiones de cuasi atropello, de las que me salvé por los buenos frenos del otro involucrado o de mis buenos reflejos, que cada día funcionan más despiertos, lo que es un logro especialmente en las mañanas cuando aún el sueño no me abandona del todo.

Sin embargo, formar parte de ese conjunto de seres humanos que a diario se desplaza en bici a sus distintas labores es algo que sólo en dos ruedas se experimenta más a conciencia.

Luego de pedalear por calles, veredas y ciclovías durante una semana sin interrupción, con un promedio diario de 80 minutos, puedo concluir varias cosas. En primer lugar, que la música es un elemento indispensable a la hora de subirse a una bici y emprender rumbo, aunque se recomienda no excederse en el volumen para escuchar los bocinazos de motos y autos cuando están a punto de atropellarte.

Segundo, que manejar por las ciclovías está siendo casi tan peligroso como por las calles, cuando debes esquivar perros, gatos, transeúntes que nunca entendieron que esa zona era “sólo” para ciclistas, motos que no sólo usan la calzada sino también la berma, y los propios ciclistas. Pese a todo, siguen siendo la mejor alternativa para quienes optamos por la “cleta”.

Tres, que el desafío diario es evitar la mayor cantidad de semáforos en rojo, haciendo miles de cálculos, malabares y hasta vueltas, con tal de no poner un pie en el suelo. Y cuando eso no es posible, el premio de consuelo, que incluso es ya parte del desafío, es lograr apropiarse del poste que está en la esquina y en él afirmarse hasta la luz verde.

Cuatro, que las señas corporales que muchos ciclistas utilizan para doblar o señalizar sus giros son en extremo complicadas y confusas para aquellos que aún no estamos familiarizados con el lenguaje y que interpretamos equivocadamente lo que se pretendían con ellas, hasta ahora con consecuencias "casi" funestas.

Quinto, que la más mínima brisa de viento se transforma en el peor de los obstáculos a vencer, especialmente cuando vives en una ciudad a la orilla del mar donde el viento es especialmente fuerte, sumado a un ascenso y a la escasa fuerza para poder combatirlo.

Sexto, que aunque bajarse de la bicicleta toma menos tiempo que bajarse de un auto, amarrarla es un proceso al que hay que acostumbrarse. Primero hay que ubicar el árbol o poste suficientemente firme. Después viene el tema de sacar las cadenas (una y creo que incluso dos nunca serán suficientes para protegerla contra los robos) y amarrar cada neumático a una cadena distinta. En total, un proceso que toma 5 minutos más.

Séptimo, que el síndrome “ciclista furiosos” existe y se manifiesta cada vez que alguien que no viene en dos ruedas osa posar un pie en las ciclovías, impidiendo el paso, ya sea por distracción o pereza. Es entonces cuando se escuchan insultos, alaridos y más de alguna madre aludida "a la española", además de las molestas pero necesarias bocinas.

Y aunque todo lo anterior resulte a veces complejo, la costumbre ya está haciendo lo suyo y cada día es más fácil ser parte de este mundo que te permite no sólo tomar contacto directamente con el entorno, sino además poder mirar lo que la velocidad de un auto no te permite. Aunque eso no quita que el estado físico aún esté resentido y que el cansancio siga siendo parte de la rutina diaria cuando aterrizo con la bici en algún rincón de Barcelona.

1 Comments:

At 5:48 AM, Blogger Sr. Herrero said...

Una sola cosa falta... la foto. después de verte por años en rol de automovilista es difícil imaginarte arriba de una bicicleta. en todo caso creo que debe ser una buena experiencia disfrutar de las calles de barcelona arriba de una cleta.

 

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