Thursday, April 26, 2007

Esas dos mujeres

Es extraño cómo las personas pasan a tu lado y muchas veces no reparas en ellas. En la vida uno conoce miles de personas, muchas de las cuales sólo ves quizás sólo unos segundos, en cambio a otras decides (o no) mantenerlas a tu lado por muchos años o incluso para el resto de la vida.

Hoy pensaba esto cuando reparé en esas dos personas que me topo cada mañana cuando voy camino a mi trabajo en bici. Por ese mismo carril donde vamos pedaleando todos los ciclistas cada madrugada veo a dos mujeres, de unos 25 ó 35 años, que de una u otra manera me hace creer que ya las conozco, aunque eso sólo sea una ilusión.

Ya van casi dos años que tenemos la misma rutina, que nos encontramos "casi" a la misma hora y también "casi" en la misma esquina. Y lo más notable es que pese a que no la conozco al final me imagino muchas cosas de ellas y que de seguro no deben tener nada que ver con la realidad, o quizás sí, no sé.

La primera de ellas, la que se desplaza en bici como yo es una mujer alta, morena y que en un comienzo tenía el pelo muy largo, de contextura delgada y siempre con cara de muy concentrada mientras escucha música. La otra, en cambio, es rubia, de pelo corto, de estatura media y siempre camina tirando de la correa de su perro blanco (de raza poco definida) mientras no deja de sonreír, sin razón aparente y por más que busco con quién o por qué ríe no he logrado aún entenderlo.

Es extraño porque toparme con estas mujeres cada mañana me hace pensar en la cantidad de veces que pasas frente a alguien y no reparas en esa persona, miras pero no ves o simplemente estás tan en lo tuyo que ni te fijas en quiénes pasan a tu lado. Y me pregunto si ellas ya me reconocerán o quizás nunca se han fijado en mí o la morena va tan concentrada en su música y la rubia en su perro que nunca me han visto.

Y también me imagino las vidas de cada una. La morena con aspecto más jovial pero con semblante de tristeza y que de un día para otro cambió el pelo largo por un corte moderno y muy corto. Mientras la rubia, de más edad, que disfruta de sacar a pasear a su perro a las 9 am. y se ríe de no sé qué, aunque pareciera que alguien le fuera contando chistes a su lado.

Lo cierto es que encontrarme con estas mujeres me hace gracia, no sé, es como si las conociera, les supiera la ropa que usan y para donde van, pero en realidad todo eso es ficción y lo más seguro es que ambas ni sepan que por casi dos años nos hemos topado cada mañana “casi” a la misma hora y también "casi" en la misma esquina…

Wednesday, April 18, 2007

Inconformista...

El ser humano nunca está 100% satisfecho y generalmente quiere lo que no tiene. Uno se vive quejando y mirando para el lado para buscar en el otro eso que no encuentras en ti mismo. Así al final nunca estás contenta con nada y la vida se transforma en la búsqueda de eso que quizás nunca vas a ser.

El otro día conversando con la Fran reparábamos en esta característica humana de siempre anhelar lo que le ocurre al otro, o simplemente lo que ya no tienes, sin disfrutar muchas veces de las cosas que realmente sí tienes. O a veces incluso aunque tengas todo, o casi todo en la vida, siempre te quejas por eso que te falta y nuevamente miras para el lado, comparas, añoras y desaprovechas el presente.

Los ejemplos son miles, desde los más frívolos como el color de pelo de las mujeres –la mayoría de las rubias quieren ser morenas y las de pelo castaño quieren ser rubias- hasta los más trascendentes como cuando miras la armonía, felicidad y energía que irradia una persona y que con sólo sentirlo te achacas porque tú no crees que tienes ni un cuarto de eso.

Y es que yo me considero muchas veces inconformista y también muy autoexigente. Claro, siempre lo quiero todo, espero no perder y me la juego para que todo salga tal y como lo planeé. Pero, y cuando eso no ocurre? Ahí empieza la frustración, esa sensación de que lo hiciste mal, de que podrías haber tomado otro camino, o simplemente que no le pusiste toda la energía que necesitaba.

El ser inconformista es normalmente un arma de doble filo. Por un lado siempre te lleva a hacer más y mejores cosas, a no caer en la mediocridad, a superarte. Pero también te obliga a siempre estar pensando en lo que vendrá, en lo que debes hacer la semana que viene, en lo que tienes que mejorar o planear y no terminas por disfrutar lo que estás viviendo en ese momento.

Por eso el desafío es –al menos estos meses que me quedan en Barcelona- no pensar en las miles de cosas que tengo que hacer ni planear, en mi viaje a París o en mi vuelta a Chile. No. Mi foco tiene que centrarse en disfrutar cada momento, cada rincón de esta increíble ciudad, aprovechar a los amigos y recorrer esos lugares que son únicos.

Esta semana comenzó la Primavera en Barcelona y con ella la mejor época del año. No sea cosa que ahora empiece a pensar en el verano y se me olvide disfrutar de este momento que tanto anhelaba.

Sunday, April 08, 2007

Un río, dos ciudades...

Este año elegí Viena y Budapest para pasar la Semana Santa. Este año no estuvo la Torre Eiffel, ni el Museo del Louvre, ni mi Partner. Este año el avión aterrizó en lo que fue durante siglos la capital del Imperio Austro-húngaro, Viena, para luego viajar en tren hasta la metrópolis húngara.

Sin duda que mirar las dos ciudades es mirar el pasado, el lujo, las fortificaciones, los palacios, los jardines y las historias que se tejían en esos lugares. Pero también es mirar las diferencias de ambas, sus posiciones, su relación con el mismo río que las recorre - el Danubio- y por cierto la mezcla de razas que deambulan y conviven en sus barrios.



Budapest es una capital de contrastes, donde cohabita lo moderno, esas grandes cadenas hoteleras y los autos último modelo con una construcción que se descascara y con vagones de un Metro del siglo pasado que si bien limpio, es casi una reliquia que aún funciona. Viena, en cambio, si hay algo que es muy difícil de encontrar es algún edificio deteriorado, ni menos pensar en un metro de esas características. Me atrevería a decir que ahí los vagones se asemejan más a una nave espacial que a un tren subterráneo.

Pero quizás lo que más me llamó la atención de estas dos capitales es su relación que mantienen con ese mismo río que las recorre, el Danubio (el segundo más largo de Europa). Un río que por años ha sido temido por la población y que ha causado más de alguna inundación. Sin embargo, el Danubio une y divide; une a un Budapest dividido en dos: Buda y Pest, mientras que se esconde en Viena.



En Budapest, es su postal favorita, su carta de presentación, especialmente cuando cae la tarde y las vistas desde el Monte Gellbert o desde el Bastión de los Pescadores (ambos en Buda) hacen de ese momento el mejor atardecer y uno de los más románticos, por cierto.

Viena, en cambio, esconde el lecho del Danubio, no lo expone, ni menos lo disfruta en sus atardeceres. Aquí el río es sólo un detalle, un accidente geográfico más de la ciudad.

Esta diferencia me recordó ese afán que tengo por mirar las ciudades siempre desde lo alto. Buscar la escalera más alta, el cerro más encumbrado, la torre más empinada y así obtener la mejor panorámica. Podría pasar horas mirando una ciudad desde lo alto, buscando y reconociendo los detalles, el color de sus techos, las vistas de ríos y lagunas, en fin, todo lo que no te entrega el vagabundear por las calles.

Así concluí que Viena, pese a lo hermosa y elegante que es como ciudad, un lujo caro para el visitante, no es una ciudad que ofrezca vistas desde la altura que merezcan la pena admirar. No así Budapest, donde el primer recorrido debiera ser, sin duda, subir el cerro Gellbert y recorrer la colina entera de Buda.

Y si de panorámicas se trata no hay que escatimar tiempo, ni menos esfuerzo para mirar desde lo alto ciudades como París, Berlín, Brujas y Londres.

Monday, April 02, 2007

La dieta del shawarma

Nunca supe qué era hasta que llegué a Barcelona. Mi primera experiencia en el mundo del shawarma la tuve semanas después de mi llegada, en octubre de 2005. "¿Vamos a comer shawarma al libanés de la esquina?", me preguntaban ansiosos mis compañeros Kimberly, mientras yo miraba con cara de no entender de qué hablaban, y en mi mente trataba de repetir esa palabra hasta ese momento desconocida. Sha war qué? Les pregunté. Shawarma, me dijeron. Y sin más cruzamos la calle y nos pusimos a comer.

De ahí en adelante mi vida cambió. Claro. Cómo no si hasta ese momento jamás había comido algo así, aunque el taco mexicano pueda asemejarse en algo a esta comida típica de Oriente Medio y que hoy se ha convertido en otra alternativa "fast food" en toda Europa gracias a la inmigración pakistaní, libanesa y turca.

Es simple. Consiste en finas láminas de carne de pollo, ternera (léase vacuno) o cordero asada en un asador vertical, servida en una tortilla de maíz más grande que un taco o en un pan pita y acompañada de vegetales y salsa de yogurt.

Empezó entonces la degustación, o mejor dicho la búsqueda de "el" local que vendiera shawarmas. Esa picada, donde venden "el mejor y al mejor precio". Y quizás no me demoré mucho en encontrarlo aunque en el camino debí aprender a distinguir un shawarma de un dürum, de un doner, de un falafel, de un kebab, e incluso de un pita gyros -el mismo producto pero en versión griega.

En el fondo todos están compuesto por los mismos ingredientes (carne, vegetales y salsa de yogurt), sólo varía la presentación, ya sea en una tortilla de maíz, en un pan pita, o en vez de carne está la opción vegetariana (falafel) que consiste en croquetas de vegetales.

Fue así como poco a poco me convertí en una amante del shawarma, donde al menos una o dos veces a la semana caigo en la tentación de visitar a mis amigos los "pakis" para disfrutar de una comida que dice tener todo lo necesario para ser saludable, aunque la procedencia de la carne sea suficientemente desconocida.

He llegado a pensar que este sencillo bocadillo tiene algo de adictivo. Quienes lo prueban o lo odian o lo aman. Es así. Blanco o negro. A nadie le termina gustando "más o menos", no, eso es imposible. Incluso más. Conozco de cerca la tentación de comer shawarmas al desayuno, jajaja, aunque parezca obsesivo.

Cuando estuve en Marruecos, en enero pasado, cometí el error de buscar intensamente un local de shawarmas. Y aunque no fue fácil encontrarlo cuando lo descubrí no paré de sonreír. Pero poco duró la felicidad. Claro. El sabor ya no era el mismo. Los kilos de azafrán que usan para cocinar la carne en ese país me hicieron terminar odiando el shawarma marroquí y ansiando llegar a Barcelona donde mis amigos y rencantarme con ese sabor difícil de describir.

Incluso en Chile, cuando estuve semanas atrás, extrañé el sabor del shawarma aunque ya descubrí que la exportación pudo más y que ya existen algunos locales que los venden, aunque no fui capaz de desilusionarme nuevamente y preferí no probarlos.

Y es que quizás Maipú tenga razón y este tipo de comida sea una guerra solapada entre Oriente y Occidente, una pelea por conquistar el podio del fast food, una lucha que enfrentará a Mc'Donalds y a los shawarmas. Habrá que ver quién gana.