Sunday, April 08, 2007

Un río, dos ciudades...

Este año elegí Viena y Budapest para pasar la Semana Santa. Este año no estuvo la Torre Eiffel, ni el Museo del Louvre, ni mi Partner. Este año el avión aterrizó en lo que fue durante siglos la capital del Imperio Austro-húngaro, Viena, para luego viajar en tren hasta la metrópolis húngara.

Sin duda que mirar las dos ciudades es mirar el pasado, el lujo, las fortificaciones, los palacios, los jardines y las historias que se tejían en esos lugares. Pero también es mirar las diferencias de ambas, sus posiciones, su relación con el mismo río que las recorre - el Danubio- y por cierto la mezcla de razas que deambulan y conviven en sus barrios.



Budapest es una capital de contrastes, donde cohabita lo moderno, esas grandes cadenas hoteleras y los autos último modelo con una construcción que se descascara y con vagones de un Metro del siglo pasado que si bien limpio, es casi una reliquia que aún funciona. Viena, en cambio, si hay algo que es muy difícil de encontrar es algún edificio deteriorado, ni menos pensar en un metro de esas características. Me atrevería a decir que ahí los vagones se asemejan más a una nave espacial que a un tren subterráneo.

Pero quizás lo que más me llamó la atención de estas dos capitales es su relación que mantienen con ese mismo río que las recorre, el Danubio (el segundo más largo de Europa). Un río que por años ha sido temido por la población y que ha causado más de alguna inundación. Sin embargo, el Danubio une y divide; une a un Budapest dividido en dos: Buda y Pest, mientras que se esconde en Viena.



En Budapest, es su postal favorita, su carta de presentación, especialmente cuando cae la tarde y las vistas desde el Monte Gellbert o desde el Bastión de los Pescadores (ambos en Buda) hacen de ese momento el mejor atardecer y uno de los más románticos, por cierto.

Viena, en cambio, esconde el lecho del Danubio, no lo expone, ni menos lo disfruta en sus atardeceres. Aquí el río es sólo un detalle, un accidente geográfico más de la ciudad.

Esta diferencia me recordó ese afán que tengo por mirar las ciudades siempre desde lo alto. Buscar la escalera más alta, el cerro más encumbrado, la torre más empinada y así obtener la mejor panorámica. Podría pasar horas mirando una ciudad desde lo alto, buscando y reconociendo los detalles, el color de sus techos, las vistas de ríos y lagunas, en fin, todo lo que no te entrega el vagabundear por las calles.

Así concluí que Viena, pese a lo hermosa y elegante que es como ciudad, un lujo caro para el visitante, no es una ciudad que ofrezca vistas desde la altura que merezcan la pena admirar. No así Budapest, donde el primer recorrido debiera ser, sin duda, subir el cerro Gellbert y recorrer la colina entera de Buda.

Y si de panorámicas se trata no hay que escatimar tiempo, ni menos esfuerzo para mirar desde lo alto ciudades como París, Berlín, Brujas y Londres.

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