Monday, January 15, 2007

De paso por Marruecos!

Hablar de Marruecos es hablar de locura, de intensidad, de olores, sabores, de colores. Es hablar de un país que tiene el sello francés en muchos rincones, una nación donde el árabe no es el dueño de casa sino el bereber, ese hombre de la montaña que permitió el mestizaje posterior con los árabes.

Marruecos es un país alucinante y angustiante. Todo es intenso, nada pasa inadvertido. Su gente cálida y hospitalaria por momentos te agobia con sus ofrecimientos, te abruma con su espíritu comerciante donde todo se cambia, nada tiene un precio fijo y donde el arte del regateo se cumple a cabalidad.

Pero recorrer Marruecos es sin duda reencontarse con esas etapas de la infancia donde aún uno era capaz de disfrutar jugando en la calle, en la tierra, con un trompo de madera o con la hoja de un árbol. Es una vuelta a la sencillez, al contacto con lo básico y puro, donde el casete tiene mucho más valor que un mega equipo de música o el contacto natural vale mucho más que la “higiene europea”, como lo llaman ellos.

Por eso aquí el tiempo tiene otra cadencia, un ritmo que es guiado por la fe, por las oraciones, por la amistad y la compañía. “El que tiene prisa está en los cementerios”, fue una de las frases más recurrentes que escuché de muchos marroquíes durante los 9 días que deambulé por Marruecos. Todo tiene su tiempo, la paciencia es sagrada y así también el compás que se exige para descansar, orar, comer, y comprar. No existe el apuro, todo a su momento.

Es un país en el cual en una misma calle puedes distinguir 20 olores distintos e intensos, que ya en este invierno marroquí se dejaban sentir con fuerza; pero también el color de los cueros, de la lana, de las joyas, de la madera y babuchas (tipo de zapato parecido a una pantufla) hacían que el sentido de la visión no descansara ni por un segundo. Y mientras olías y mirabas no dejabas de escuchar cómo desde lo alto de los alminaretes (torre de las mezquitas) se llamaba a la oración a todos los musulmanes o caminabas al ritmo de las melodías árabes que se escuchaban en las cientos de tiendas de música.

Casablanca, Marrakesh, Fes y Meknes. Cuatro ciudades imperiales que durante 9 días me permitieron conocer y adentrarme en la cultura marroquí. Una cultura de mestizaje, de grandes e intrincadas Medinas, exhuberantes palacios de arquitectura sorprendente, y un comercio vibrante que no descansa en la búsqueda de un turista que tenga la calma y paciencia para tomar un té mientras se transa el precio final.

2 Comments:

At 11:32 AM, Anonymous Anonymous said...

FELICITACIONES por el entretenido artículo que me hacen viajar a un mundo tan distinto y desconocido.
Me imagino cuantos anécdotas tienen para contar, que bien valdría escribir un libro para relatar y conocer mejor esa cultura tan exótica y mística.
Me imagino que entre tanto "mercadeo oriental" no te habrá faltado la oportunidad de conocer tu verdadero valor en "número de camellos" que ofrecen por esas tierras, para una mujer de Occidente tan estupenda y entretenida como tu.- Tal vez sea esa la mejor forma de subir el EGO personal o de caer en las profundidades de la angustia.-

Muchos exitos y que sigan los viajes de "Las Mil y una Noche"
ORF

 
At 1:57 PM, Anonymous Anonymous said...

Oye periodista chilena. Siento que me debes fotos, aunque me gustó bastante tu descripción. Me alegra que concretes sueños como este de viajar y viajar. Compensan aquellos que se ven lejanos o que se caen cuando ya parecen una realidad. Tu balanza me suena bien equilibrada. Me debes fotos y también una receta.

 

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