Iorana al ombligo del mundo!
Quizás una de las cosas más extrañas que uno nota al llegar es la sensación de aislamiento total. De mar en sus 360º. Y de que estás lejos de todo y que sólo dependes de ti.
Aterrizas mirando mar en la pista más larga de Sudamérica. Te bajas del avión y a ambos extremos de la pista qué ves: agua. Y cuando llegas al punto más alto de Rapa Nui -el Terevaka- aprecias esa redondez de un horizonte que desde el continente solo puedes ver lineal.
Pero estar en Isla de Pascua es también como estar en un lugar donde el tiempo tiene otro ritmo. Un ritmo pausado, donde el grano de arena cae lento, y hace que esos días se extiendan bajo algunas nubes, un fuerte viento cálido, miles de estrellas, una lluvia intensa momentánea, y un sol húmedo.
La geografía volcánica contrasta además con su vegetación, en algunos sectores densa, y con esas playas de arenas blancas y aguas turquezas y cristalinas. Pero quizás el sello de la isla es el moai. Esa estatua de piedra que adorna cada esquina de la isla y que hace del panorama algo completamemte distinto e incomparable.
Este triángulo de tierra sobre el Pacífico, que queda a 5 horas del continente y a 6 horas de Tahiti entrega una energía distinta, conectada 100% con lo natural y con una cultura que trata de sobrevivir a la vida misma y a un turismo cada vez más intenso.
Y así terminaron los siete días en el ombligo del mundo. Junto a mi amigo y partner de viaje conocimos gente muy linda como Cecilia, dueña de la Residencial Taniera, donde alojamos; a Fernando, quien fue nuestro excelente guía; Pomaré, quien nos guió con los caballos, y algunos otros que quedarán en la memoria de unas notables vacaciones... Iorana!