Una hoja de otoño...

Recién hoy cuando vi en la televisión con detalle las calles de París, el Pont des Arts, Notre Dame, el Sena, Champs Elysses o la librería Gilbert Jeunes en pleno Saint Germaine, entendí que la nostalgia del otoño empezaba a atacarme.
Está claro que tarde o temprano tenía que llegar. Al fin y al cabo ya llevo seis meses admirada de mi capacidad de adaptación, de mi facilidad para sólo recordar mi vida en Barcelona o mi estadía en París sin un atisbo de pena o nostalgia.
Pero los sentimientos tarde o temprano afloran y recién ahora, cuando el otoño aún es cálido, comienzo a sentir, a recordar y pensar que extraño algunas cosas de esos lugares y que comienzo a envidiar a quienes dicen que van para allá.
Extraño las conversaciones donde arreglaba el mundo y soñaba con ese Chile que estaba lejos. Extraño el idioma, escuchar el francés y hablarlo, especialmente hablarlo y no darme cuenta que por día pierdo una palabra más de mi reducido vocabulario. Extraño las calles con adoquines, los edificios altos y elegantes, los parques, mi bici, uf cómo se extraña la bici en las mañanas camino al trabajo, las tardes libres y las noches sin televisión para poder leer.
Extraño cocinar, conversar con gente de otros países, aprender del mundo, planear viajes y vivir con lo mínimo.
Aquí sobra la televisión, los autos y los tacos, las noticias que sólo hablan de una historia local con poco contenido de futuro. Sobran las conversaciones superficiales, y las demoliciones de edificios históricos.
En cambio falta tiempo para todo, falta planear más viajes, gastar menos y disfrutar más de los parques, ver menos programas basura y leer más. Falta mirar en grande, admitir que Chile no es el mundo, que la renuncia de un ministro o la caída del dólar no es el fin de la historia sino que un detalle mínimo de lo que ocurre en otros lugares del planeta.
Y mientras pienso en todo esto y recuerdo Barcelona y París me doy cuenta que ya llegó el otoño, que empiezan a caerse las hojas y que una de ellas está en mi cartera.